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Un relato, donde se menciona un habano (Genérico)

Tema en 'La taberna' comenzado por Juvenal888Ba, 27 de Marzo de 2013.

  1. Juvenal888Ba

    Juvenal888Ba Corona

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    Estoy pensando, en una oración, tal vez en dos o tres palabras. Difíciles, porque son de un orden común, pero dichas en un espeso rubor de intimidad nos avivan cosas. Así comenzaban los pensamientos de él, justo cuando comenzaba a encender los habanos, acto seguido, los cortaba. No sé, son cosas que nos han pasado a todos, bien podrían provenir de aquello que nos hizo sentir ridículos, o de aquello que en algún momento dio al traste con un ataque de risa. Arrancaba con el primer tercio, las hojas tiernas del tabaco liado, luego le daba un sorbo al ron, que curiosamente acompañaba con una aceituna, que comía al final, como para celebrar la agonía del habano, misterioso acompañante que le trajo lo mejor de la amistad, a una vida de idilios, resueltos en ataques de amor. Y fue al habano lo que irremediablemente lo indujo a esa tentación, de recordar aquellas palabras soeces, tan difíciles hasta de escribir en secreto, cosas que únicamente pueden ser compartidas con la compañía del habano.
    Es una historia de un amor y dos amigos, de esos que cuando hablan de dinero, realmente hablan de amistad, porque, la amistad no se trata de negocios, se trata de simplezas, que van en el mismo contexto argumentativo del "Estoy cagado" y "Aquí está mi corazón en la mano, pero sin ningún peso en la bolsa". Y no falta que en aquél argot aflore una caja de cedro ofreciendo por lo menos un habano, remedio milenario de esos males invisibles, espiritualmente crónicos.
    No apuréis el trago, sé paciente, que todos nos hemos cagado más de dos veces, cuenta lo que siente el corazón, que el dinero es cosa de un rasero que tarde o temprano nos alisa en polvo, Dijo el otro. Entonces, nos acordamos del poema del maestro Antonio Plaza, "No hay mejor amigo que un perro y un peso en la bolsa", porque aquí, en la realidad de la amistad, se contradecía cualquier metáfora. Estos amigos iban de un lado al otro de las fronteras del amor manifiesto, del juego carnal, sin declaraciones previas, bastaban unas horas de soledad en la playa, con un baño de plata de esos que se regocijan en los lienzos caprichosos de las nubes nocturnas. Fue entonces que ella, alzando la voz, despertó a las gaviotas, "Esas cosas no se dicen, nada más se sienten". Él ya no habló más, se sumergió en aquél fuego de hoguera solitaria, con una brisa que recordaba a los cuerpos desnudos que no hace falta una declaración de amor, cuando la amistad es un nudo ciego en las cuerdas del corazón.
    Vino luego éste tiempo de vigilia, de silencios, de besos, abrazos y caricias, para concluir con la despedida, esa distancia que apretó los nudos de la amistad. Ella allá, él, acullá, siempre oliendo el pañuelo del cielo, derramando en tintas quebradizas de nostalgia, el recuerdo vivo de la amistad y el amor que calló ante la fugacidad de las caricias, ahogado en la fuerza de los besos, entre humos del habano de entregas póstumas. Ella se casó, contrajo nupcias, en el formato de lo social, una epístola que se lee y se recita, para entender la obligación civil, y una declaración translúcida entre aromas de cera quemada y rosas de altar, un juramento que se resguardó en una sortija. Ya pasado el tiempo, vino la respuesta, igual, en papel entumido y caligrafía tímida. Remataba la posdata con aquella frase "Estoy cagada, aquí está mi corazón, hecho pedazos, junto a mi alma que fue tuya". Entonces, él sabía cómo iniciaría, apresurado, la respuesta; unas líneas lejanamente maduradas en las bodegas de roble, ahí donde el dolor se desvanecía en sudores de trabajo forzado, los surcos que venían año con año, las quemas, los barbechos y el trabajo de la tierra, fiel amante. "Los amigos, no hablamos de dinero, hablamos de amistad", dijo en seguida de las líneas de la salutación, hubo necesidad de un habano, de aquellas texturas caribeñas, que disueltas en el paladar henebran la madeja del sentir. Por qué se mencionaba el dinero, se pregunta la gente. No, era la cuestión de la amistad, que luego refulgía en amor, turbada por los descalabros de los días, de esas horas inciertas de economía rala. Cerró la carta con una línea, donde dejaba en claro que él seguiría fiel a la amistad, cagado o no, y además no sabía como llamar aquella confusión de sentimientos y pasiones, pero era más que amor, luego, selló el sobre y recordó las últimas coplas de una canción, "No, no y no, no/No volveré a escribirle/Después de que mi carta/la hiciera mil pedazos/Y allá en un basurero/Mi carta se perdió".
    Las caladas profundas, agarraban el cuerpo del habano, sacudiendo el manojo de espíritus perdidos, que soltaban los sabores de almendras y cereales, como frutos maduros de ramas flexibles. Entonces, sintió que ella estaba ahí, en aquél juego manso de caricias y hebras de humo, lienzos pálidos de soledad altisonante. Ella, llegó cuando él esperaba una carta de respuesta. Había bebido dos copas de un ron preciso, ajustado al aroma y sabor del habano, envuelto en maderas; un matrimonio consumado, se había quebrado en aras de la amistad, él lo supo en el último sorbo de ron, mientras el habano moría con la dignidad de los bohemios, emitiendo suaves destellos, como gemidos que invitan al ánimo. Fue entonces, que él le preguntó, Cómo supiste dar con éste pedazo de mundo, compartido apenas con el vino, los habanos y el fuego inagotable de tu recuerdo. Ella se quedó en silencio, por instantes ominosos, luego dijo, "Llegué antes a muchas tabernas, rodando entre aromas de tabaco, era el camino que me hacía saber que no sería en vano, que al amor no está determinado por un contrato, un matrimonio y sus juramentos, si no por la amistad. Pero me hacía falta el dinero, para regresar, de nadie más podría fiarme".
    Fueron amigos, hasta la fina frontera a donde ella llegó a bordo de la nave de la felicidad. No hubo corazones rotos, quizá un poco contraído el de él, quien va todas las tardes hasta la tumba de ella, lleva flores frescas, su licorera y un habano, que degusta en el silencio espeso de las oraciones de cada tarde. Sabe que lo escucha, el aroma y el sabor del habano se lo dice.


    Éste es un ejercicio, de mi autoría. Quedó como una parte que se agregaría a una de mis obras titulada "Réquiem por algún poeta". Lo comparto con mucho gusto, con todos ustedes, porque lo escribí una tarde, en el jardín que estaba afuera de mi antigua oficina, mientras fumaba un habano (un Montecristo, pirámide No.2, que venía en un tuvo de cristal, con la leyenda "Gran Reserva", no me es posible, traer a la memoria la cata al detalle, pero puedo asegurar que fue exquisito), bajo la misericordia de un naranjo.
    Un abrazo desde América del Norte, ya pronto estaré en México, en casita.
    Juvenal888Ba
     
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